Extracto del libro La Salida, editado y publicado por el Instituto de Libre Empresa – 2004
Libertad y otros valores del Liberalismo clásico:
¿El liberalismo es la filosofía de la libertad?
Sin duda: los liberales reivindicamos para los ciudadanos todas las libertades que los Gobiernos se han tomado. Son nuestras las libertades para decidir lo que producimos, consumimos, ganamos y ahorramos, lo que importamos y exportamos. Para decidir lo que nuestros hijos aprenden en las escuelas o ven en la TV. Para resolver sobre la edad de nuestro retiro. Para conservar nuestros ingresos sin impuestos confiscatorios, y dirigir nosotros mismos nuestras actividades, económicas y no económicas, sin pedir permisos y licencias previas. Y para ahorrar, invertir, y enriquecernos, por medios no criminales. Exigimos que todas esas libertades -que son individuales-, nos sean devueltas a los individuos; por eso, más que revolución, ¡el liberalismo reclama una “devolución”!
Pero en el concepto liberal, libertad no es la capacidad factual de lograr ciertos objetivos, sino la ausencia de restricciones o constricciones externas impuestas por violencia o fraude, sea que procedan de otros individuos o del Estado. La condición económica, familiar, educativa, de residencia o de salud, puede impedirle a una persona el deseado logro de objetivos; eso NO es falta de libertad, sino de medios conducentes. Si en cambio se lo impide un asaltante o secuestrador -pistola en mano-, o el Gobierno, eso sí es un atentado contra la libertad. En este sentido, es cierto que el liberalismo defiende un concepto “puramente negativo” de la libertad, entendido como la mera ausencia de restricciones impuestas, y no como la presencia de condiciones económicas, educativas, de salud o lo que sea. El estatismo -polo opuesto al liberalismo- abraza el erróneo concepto “positivo” de libertad, que le lleva a imponerles restricciones a unos, con el supuesto fin de mejorarles condiciones a otros, pero con ello pervierte y arruina el buen orden espontáneo que hay en la economía y en la sociedad cuando los Gobiernos se mantienen dentro de sus límites propios, y nos empeora a todos.
El pensamiento liberal no es una “cosmovisión” o visión integral del mundo; sin embargo en buena medida se compromete también con otros valores además de la libertad, y que le sirven de fundamento o la completan o perfeccionan. Algunos:
— La verdad, o el ajuste de los conceptos, juicios y razonamientos a las realidades. En el Evangelio de San Juan, afirma Jesucristo que sólo “el conocimiento de la verdad hace libres” a las personas. Porque el error y la mentira esclavizan, la verdad libera.
— La justicia, o el reconocimiento de lo suyo o propio de cada quien. La justicia es parte de la verdad; faltar a la segunda equivale a negar la primera, y “es de justicia” admitir toda verdad, como que la libertad es cosa propia del ser humano.
— El orden, o la disposición de las cosas -y sus partes- apropiada para cumplir sus funciones y aplicaciones. El orden liberal es el propio del Estado, del Gobierno, las empresas, las familias, etc.
— La paz, que es una consecuencia de todos los valores anteriores: la violencia los contradice, y por lo general aparece cuando no se verifican.
— La seguridad, pero la que puede garantizar el Estado: apenas contra ataques o amenazas a la vida, propiedad y libertad; no una cobertura blindada contra todo riesgo, peligro o azar de la vida.
— La prosperidad, que posibilita el logro de ciertas comodidades, y confiere alguna seguridad. Ni más, ni menos.
Un orden gubernativo respetuoso de la libertad -política tanto como civil, económica, de culto, de expresión, etc.-, es el más propio y eficaz al logro de la prosperidad, seguridad, buen orden y paz; y es el más moral. Sin embargo, caben precisiones:
1) El liberalismo es nada más una concepción acerca del Gobierno y la Economía Política, y como tal no prejuzga ni toma partido por una determinada “cosmovisión” o visión integral del mundo y de la vida. Por eso se puede ser al mismo tiempo liberal y cristiano, o judío -o ateo, agnóstico, indiferente- etc., y sin contradicciones; y por eso hay liberales de todas las creencias y persuasiones. Los liberales sí desconfían de las religiones seculares totalitarias -nazismo o comunismo-; pero de hecho creer en Dios ha guardado a muchas personas de abrazar alguna de estas monstruosas creencias endiosadoras del Estado. Desde luego: creer en Dios no equivale a negar la razón, como piensan equivocadamente muchos, incluso algunos creyentes; y de hecho, ¡muchísimo ayuda la irracionalidad para tener fe en el estatismo!
2) Los valores atañen a los individuos en particular, y no deben ser impuestos colectivamente. Mal puede el Estado -que actúa por medios compulsivos- arrogarse el derecho a elegir y decidir por las personas en materia de valores. Porque los valores sólo deben ser predicados con el ejemplo y la persuasión -encaminados a lograr una comprensión racional, y plena convicción-; no con la fuerza o coacción.
Características del liberalismo en el Perú
Liberalismo económico y político; democracia y Estado de Derecho
Cabe distinguir los sistemas económicos de los políticos.
a) El liberalismo económico, o “capitalismo” -etiquetado así originalmente por sus adversarios-, equivale a libre mercado. Pero el libre mercado es una consecuencia del Gobierno limitado.
b) Liberalismo político, equivale a “Gobierno limitado”; y no debe confundirse con democracia, que es “Gobierno mayoritario” o elegido por la mayoría. Liberalismo no es igual a democracia. En el Perú tenemos democracia; mas no liberalismo. Liberalismo tampoco es coextensivo con Estado de Derecho, si esta expresión significa “imperio de la legalidad” y no de la justicia. Porque las normas legales -leyes y decretos-, aún dictadas con arreglo a las formalidades constitucionales, y cumplidas estrictamente por funcionarios y magistrados, pueden ser injustas en su contenido, lo cual ocurre en el estatismo.
La gente también se ilusiona que democracia “no es sólo el voto”, pero en realidad, ¡democracia es voto universal, y voluntad de la mayoría, y nada más! La democracia no es mala; es insuficiente. Según el concepto de Karl Popper, más allá de las ilusiones, la democracia es sólo un medio incruento de reemplazar unos elencos de Gobierno por otros, de acuerdo a la voluntad y criterio de la mayoría. Sin embargo mucha gente le exige a la democracia resultados económicos -empleo, altos ingresos, prosperidad, etc.-, que obviamente son frutos de un régimen económico; y ningún sistema político -menos estatista- es capaz de brindar. Para que haya desarrollo y prosperidad en una democracia, debe sumarse el liberalismo a la combinación. En otras palabras: la democracia debe ser liberal; o sea, conjugarse con el libre mercado
Democracia liberal
Una democracia no liberal podría dictar una ley manifiestamente injusta, estableciendo penalidades por ej. para todas las personas de baja estatura, o que se dediquen al comercio, o devotas de cierta religión, bastando tan sólo que la mayoría estuviese de acuerdo. En una democracia liberal, sería impensable, aún concordando la mayoría.
a) Una democracia liberal es limitada: los derechos individuales a la vida, propiedad y libertad -en su integridad-, constituyen un límite a la voluntad de la mayoría, una materia que no está sometida a votación. Son derechos más allá de las elecciones, y no deben ser restringidos o limitados, aún con aprobación mayoritaria. La mayoría no tiene derecho a establecer restricciones injustas, como por ej. leyes discriminatorias contra los comerciantes, los importadores, los banqueros, los residentes de tal o cual región geográfica o los miembros de la iglesia o congregación religiosa X o Z. De otro modo la mayoría se hace tiránica, y la democracia deviene “totalitaria” porque pretende dirigir y controlar la totalidad de la vida de las gentes, y “autoritaria”, por el uso de la compulsión.
b) En una democracia no liberal, la voluntad de la mayoría no reconoce límite, y decreta penas de muerte, confiscación, confinamiento o inhabilitación para personas o categorías de pacíficos ciudadanos o residentes no criminales, como bajo el nazismo y el comunismo.
En pocas palabras: en un sistema liberal, los ciudadanos limitan al Gobierno; en una sistema no liberal, es al revés.
¿Qué es el Estado?
Hoy en día no se acepta el concepto de Gobierno limitado, por el implícito y erróneo -aunque muy difundido y popular-, supuesto del Estado proteico, que se cree capaz de asumir cualquier forma, misión y tarea, sea esta económica, financiera, educativa, médica o artística. Es el “Estado para todo propósito” -esencia del estatismo-, bueno para invertir en proyectos de desarrollo, educar, administrar fábricas y hospitales, promover la música culta -o popular- y el deporte en los niños y los jóvenes … y un sinfín de acciones y actividades, todas consideradas “buenas” e “importantes”, por supuesto.
Sin embargo, lo cierto es que todo Gobierno representa a un Estado, que es solamente el monopolio legal de la violencia, para reprimir la violencia, a la cual se asimilan el fraude y el daño con dejación de responsabilidades. El Estado es la instancia represiva de una sociedad, para ocuparse de las conductas intrínsecamente criminales.
Y es muy reducido el rango de cosas que pueden hacerse por la fuerza. El Gobierno no hace sino cumplir las funciones del Estado, las cuales son acordes a su naturaleza. No puede hacerlo todo. El filósofo liberal español José Ortega y Gasset se burlaba mucho de la ingenua creencia hoy imperante, que atribuye propiedades como mágicas al Estado -y por tanto al Gobierno-, casi poción milagrosa capaz de curar todo mal y dolencia, y resolver cualquier problema, de la naturaleza o índole que sea. Esa idea de los Gobiernos multipropósito -tan falsa pero tan activa, operante y destructiva-, está en la esencia y base misma del estatismo, la ideología contraria al liberalismo. (“Ideología” es simplemente un conjunto de ideas, relacionadas de manera consistente, y que no son necesariamente son falsas, como afirma el marxismo.) En nuestro mundo estatista vemos Gobiernos harto desbordados y colapsados, quebrados e insostenibles, como consecuencia inevitable del estatismo. No puede ser de otro modo. Pero, aparentemente nadie ve, ni oye razones. Nadie parece creer que las realidades humanas tienen una definida naturaleza, causas, efectos, potencialidades; todo lo cual necesariamente les limita en sus funciones y actividades. Tampoco se cree que las mismas causas producen los mismos efectos, en todas partes.
Fundamento moral del liberalismo
Como vimos, el liberalismo abraza valores como la libertad, la verdad, la justicia, el orden y la paz. Sin embargo no es una “cosmovisión” integral. Se define por un conjunto de tres valores o principios, más instrumentales y subalternos -Gobiernos limitados, mercados libres, e instituciones privadas separadas del Estado-, los cuales se ordenan a permitir la realización de valores de rango superior, pero decididos libremente por cada uno de los individuos particulares que hacen una sociedad.
¿Por qué?
Todas las decisiones humanas entrañan opciones sobre valores, y son ineludibles. Hasta en la actividad más nimia, incluso jugando cartas entre amigos por ej., es inescapable que debemos hacer algunas opciones: hacer trampas o jugar limpio; jugar por sólo entretenimiento o por algún dinero -mucho o sólo unas monedas para darle interés a la partida-; pasar nada más un rato o gastar muchas horas en la mesa, etc., etc. Y mucho más en actividades de mayor trascendencia. Son elecciones morales; y es la capacidad de hacer ese tipo de elecciones la que nos califica a los individuos como sujetos morales: a los seres humanos individuales nos cabe la libertad de decidir por una u otra de las opciones que encaramos en la vida -en lo personal, familiar, económico, político, etc.-, ya que ninguna persona debe decidir por otra u otras. Por eso sólo las personas individuales somos sujetos morales: porque las elecciones valorativas son individuales.
Existen distintos y opuestos y contradictorios cartabones para las elecciones valorativas. Son escalas de valores. Unas personas tienen como de rango superior tales o cuales valores estéticos o artísticos por ej. muy arriba en su escala jerárquica de preferencia, por sobre estos u otros valores científicos, deportivos, religiosos, políticos, comerciales, lúdicos, hedonistas u otros; y otras tienen diferentes escalas de valores. Los valores difieren ampliamente entre los humanos, y por consiguiente también las actividades en que se involucran, los motivos que las guían y los resultados que alcanzan. Son materias de elección personal. Y los resultados -como los valores, motivos y actividades-, son de responsabilidad individual, incluso por las equivocaciones o errores no perjudiciales a la vida, propiedad y libertades de terceros. Si le damos a un colectivo cualquiera -tribu, clase, nación, mayoría-, la facultad de decidir en alguna medida, entonces en esa misma medida se la quitamos a los individuos. Este es el fundamento moral -férreamente individualista- del liberalismo, el cual sin embargo no prejuzga en materia de elecciones valorativas, excepto las relacionadas con los tres principios.
Los estatistas restringen las libertades individuales porque cuestionan severamente los valores, motivos y actividades que las gentes por sí mismas emprenden de ordinario, y los resultados logrados. Por ej. les parece que las personas por lo común somos demasiado “comerciales”, materialistas, egoístas e insolidarias. Y que de ello resultan las desigualdades económicas. A este respecto vale distinguir:
— A criticar tienen pleno derecho como personas, en su libertad de opinión.
— No a emplear la fuerza, intimidación y presión estatal para alterar los resultados, las actividades, y hasta los motivos y valores no criminales de los otros. Esta razón -exceso de poder- hace al estatismo injusto e inmoral.
Los tres pilares del liberalismo
Son tres principios instrumentales porque posibilitan resolver las de otro modo insolubles contradicciones entre diferentes preferencias o elecciones de valores, actividades y resultados. (Pero no por ser instrumentales dejan de ser importantes.) Proceden de la rica tradición del pensamiento liberal. Son estos, en lo político, económico y social respectivamente:
1) Gobiernos limitados -el de mayor importancia-;
2) mercados libres;
3) e instituciones privadas autónomas.
“Social” es lo relativo a toda la sociedad, no a sus sectores más pobres exclusivamente. Y “Gobierno limitado” es expresión mucho más justa, certera y precisa que esa otra de Gobierno “mínimo”.
Estatismo es lo contrario a liberalismo:
— Gobiernos sin límites,
— mercados reprimidos,
— instituciones privadas aunadas y sometidas al Estado..
Como vimos, el liberalismo abraza valores como la libertad, la verdad, la justicia, el orden y la paz. Sin embargo no es una “cosmovisión” integral. Se define por un conjunto de tres valores o principios, más instrumentales y subalternos -Gobiernos limitados, mercados libres, e instituciones privadas separadas del Estado-, los cuales se ordenan a permitir la realización de valores de rango superior, pero decididos libremente por cada uno de los individuos particulares que hacen una sociedad.
¿Por qué?
Todas las decisiones humanas entrañan opciones sobre valores, y son ineludibles. Hasta en la actividad más nimia, incluso jugando cartas entre amigos por ej., es inescapable que debemos hacer algunas opciones: hacer trampas o jugar limpio; jugar por sólo entretenimiento o por algún dinero -mucho o sólo unas monedas para darle interés a la partida-; pasar nada más un rato o gastar muchas horas en la mesa, etc., etc. Y mucho más en actividades de mayor trascendencia. Son elecciones morales; y es la capacidad de hacer ese tipo de elecciones la que nos califica a los individuos como sujetos morales: a los seres humanos individuales nos cabe la libertad de decidir por una u otra de las opciones que encaramos en la vida -en lo personal, familiar, económico, político, etc.-, ya que ninguna persona debe decidir por otra u otras. Por eso sólo las personas individuales somos sujetos morales: porque las elecciones valorativas son individuales.
Existen distintos y opuestos y contradictorios cartabones para las elecciones valorativas. Son escalas de valores. Unas personas tienen como de rango superior tales o cuales valores estéticos o artísticos por ej. muy arriba en su escala jerárquica de preferencia, por sobre estos u otros valores científicos, deportivos, religiosos, políticos, comerciales, lúdicos, hedonistas u otros; y otras tienen diferentes escalas de valores. Los valores difieren ampliamente entre los humanos, y por consiguiente también las actividades en que se involucran, los motivos que las guían y los resultados que alcanzan. Son materias de elección personal. Y los resultados -como los valores, motivos y actividades-, son de responsabilidad individual, incluso por las equivocaciones o errores no perjudiciales a la vida, propiedad y libertades de terceros. Si le damos a un colectivo cualquiera -tribu, clase, nación, mayoría-, la facultad de decidir en alguna medida, entonces en esa misma medida se la quitamos a los individuos. Este es el fundamento moral -férreamente individualista- del liberalismo, el cual sin embargo no prejuzga en materia de elecciones valorativas, excepto las relacionadas con los tres principios.
Los estatistas restringen las libertades individuales porque cuestionan severamente los valores, motivos y actividades que las gentes por sí mismas emprenden de ordinario, y los resultados logrados. Por ej. les parece que las personas por lo común somos demasiado “comerciales”, materialistas, egoístas e insolidarias. Y que de ello resultan las desigualdades económicas. A este respecto vale distinguir:
— A criticar tienen pleno derecho como personas, en su libertad de opinión.
— No a emplear la fuerza, intimidación y presión estatal para alterar los resultados, las actividades, y hasta los motivos y valores no criminales de los otros. Esta razón -exceso de poder- hace al estatismo injusto e inmoral.
Gobiernos limitados
El primer principio es el del Estado y los Gobiernos limitados, comenzando por sus funciones, que son tres, en orden de prioridad decreciente:
1) Función seguritaria o represiva. El Estado representa la colectivización del derecho individual de autodefensa. Los Gobiernos existen primero y principalmente para proporcionar “orden público” en términos de seguridad interna y externa, defendiendo las vidas, propiedades y libertades de los ciudadanos pacíficos, frente a cualesquiera ataques o amenazas, internas o externas. Esta función de orden público comprende la policía y defensa nacional, ejercidas por los servicios armados, y es la que en principio justifica la existencia del Estado. Se llamaba antes función “constabularia”, por el policía de bastón o “gendarme” (en inglés, “constable”); y de allí el concepto de “Estado-gendarme”. Los servicios diplomático y consular se incluyen entre los que sirven a esta función, pero centrados en la defensa y protección de los ciudadanos en el extranjero, antes que en las relaciones “Estado a Estado”, típicas del estatismo.
2) Función judicial. En segundo lugar, siguiente en orden de importancia. La rama judicial del Gobierno se encarga de encausar a los malhechores -función accesoria a la anterior-; y también de ayudar a las personas a resolver sus pleitos pacíficamente cuando no pueden hacerlo por sí mismas. Esta función -antes llamada “arbitral”-, incluye además lo relativo al registro de la propiedad y sus garantías. Pero los tribunales liberales brindan una justicia restitutiva o compensatoria antes que punitiva: más que en el victimario, se centra en la víctima, y en su derecho a restitución. O a compensación equivalente, si no es posible restituir, por lo irreversible del daño (como describe por ej. el libro bíblico de Deuteronomio). Los liberales distinguimos las conductas intrínsecamente criminales de los delitos -sancionados y penados por el Estado-, porque los Gobiernos no necesariamente las hacen coincidir. Proponemos el encausamiento de los criminales -a fin de que restituyan o compensen a las víctimas- y no su castigo; tampoco su “regeneración”, “rehabilitación” o su “reinserción en la sociedad”, etc., funciones que caben a organizaciones de voluntariado, financiadas con donaciones y no con impuestos. (Encausar es instruirles causa a los criminales; no equivale a “encauzar”.) Si un criminal no es peligroso para víctimas potenciales -no hay razones para temer reincidencia-, a todo lo que los jueces y alguaciles pueden obligarle es a pagar indemnización a las víctimas reales, y tampoco habría motivos para encerrarle entre rejas y privarle de su libertad ambulatoria.
3) Función de obras públicas: construcción y mantenimiento de infraestructura para comunicaciones -mediante concesiones licitadas-; y tal vez salubridad, que es algo muy distinto al concepto estatista de “Salud”: tiene que ver con epidemias y focos infecciosos, no con la prestación de servicios médicos.
Se acostumbra a financiar la seguridad, la justicia y las obras públicas de este tipo con impuestos y no con precios, pero no porque sea imposible producir y comprar estos bienes en los mercados, ya que de hecho se compran y venden diariamente servicios privados de defensa y protección -de la vida, propiedad y libertades-, arbitraje, caminerías, peajes, etc. Pero si se desean aprovechar las economías de escala, y hacerlos menos costosos, deben proveerse para todos; y siendo bienes indivisibles, es imposible excluir de su provecho a los usuarios renuentes, sobre todo en el caso de la seguridad y justicia, menos en el de las obras públicas. El ejemplo típico es el del policía de cuadra, de cuya presencia disuasiva todos los vecinos se benefician, incluso quienes rehusasen pagar. O también la defensa y seguridad nacional, ¿cómo impedir que se beneficie de la presencia disuasiva de las Fuerzas Armadas alguien no dispuesto a pagar su cuota parte o contribución voluntariamente? Los tributos o impuestos (contribuciones “impuestas”) evitan entonces el “efecto del polizón” (free-rider effect), los usuarios renuentes a pagar por bienes indivisibles, que de todos modos pueden aprovechar.
La única justificación para el Estado -y los impuestos- son las funciones que cumple: el tipo de servicios que presta. Y no hay justificación para financiar con impuestos y atribuir a los Gobiernos otras funciones y servicios que no sean los descritos. Racional y moralmente no se justifica un Estado que no sea limitado a ellos. Y si los Gobiernos son limitados en fines y funciones, lo son también en poderes y atribuciones, y por consiguiente en gastos y recursos.
Todos los problemas del estatismo devienen en última instancia de la negación, olvido o desconocimiento de las funciones propias del Estado. Abrumado de otras funciones, descuida las propias; y se recarga de atribuciones y potestades, y de recursos, con lo cual nos empobrece -en libertades y en dineros- a los ciudadanos particulares.
Mercados libres
El segundo principio es el de los mercados libres, de violencia y fraude; conservarlos así es la función primera y principal del Estado limitado, que los Gobiernos cumplen mediante sus militares y sus diplomáticos, sus policías, y sus jueces y auxiliares de justicia. Pero los mercados también deben ser libres de indebidas interferencias o intromisiones estatales; es decir, de violencia y fraude proveniente del Estado mismo, instancia supuesta a prevenirlos y remediarlos
Instituciones privadas separadas del Estado
El tercer principio es el de las instituciones privadas separadas del Estado, y por consiguiente independientes del poder. Esto aplica no sólo a empresas, sino también a gremios, partidos, iglesias y congregaciones religiosas, y también a las escuelas, hospitales y consultorios médicos, centros culturales, científicos, clubes deportivos, asociaciones filantrópicas o de otro tipo. Deben ser todos entes privados y autónomos, operando en el sector voluntario de la economía: sostenidos con precios o con donaciones, nunca con impuestos.
¿Y los Gobiernos liberales no protegen la agricultura o la industria?
Es una falacia estatista confundir nación con Estado, y adjudicar a los “países” las conductas de sus Gobiernos. Así el lenguaje estatista dice por ej. “Francia protege su agricultura”, aludiendo al Gobierno francés; y “el Perú protege su industria”, aludiendo al peruano. Significa que los respectivos Gobiernos privilegian injustamente a los productores no eficientes -agropecuarios o manufactureros-, encareciendo la vida de sus ciudadanos con aranceles o derechos antidumping, a veces muy elevados. Los estatistas conceden a determinados sectores privilegios que les reportan ventajas reales y tangibles. Las consecuencias para los demás son perjudiciales, pero menos visibles e identificables, y por lo común a más largo plazo.
El lenguaje falaz ayuda al estatismo; y mostrar la verdad y desnudar las falacias es primera tarea de los liberales. “La verdad” significa muchas veces la verdad completa, incluso la parte que no se ve, lo menos transparente: las consecuencias perjudiciales ocultas del estatismo, menos evidentes o de largo plazo. Y si hay ciertos problemas reales tras las falacias, la segunda tarea es mostrar la solución. En este caso hay un problema real: los productores nacionales no son suficientemente competitivos y eficientes; pero no por culpa suya, sino por los enormes costos envueltos en el estatismo. La solución no es el “proteccionismo”, sino eliminar los sobrecostos, y permitirles ser más eficientes y competir, sin que sea necesario “proteccionismo” alguno.
¿Y los derechos del consumidor y del ahorrista? ¿Y los problemas ambientales?
En un orden liberal, los jueces -auxiliados por los peritos-, son los encargados de resolver litigios y pleitos. Fallan o sentencian según y conforme las leyes generales o Códigos, y tomando en cuenta las decisiones judiciales precedentes; pero sólo cuando estos conflictos se presentan a sus estrados -caso por caso-, y no con anterioridad. Por ej. problemas de consumidores que alegan abusos de comercios, ahorristas que dicen ser abusados por los bancos, o propietarios que alegan contaminación ambiental de industrias. Problemas todos -reales o supuestos- aducidos como justificación al estatismo. Sin embargo, las actuales reglamentaciones que tratan de resolverlas “preventivamente” o de antemano, es decir, en forma hipotética -y las agencias ejecutivas que las aplican-, no son capaces de hacerlo. A los jueces cabe decidir, examinando caso por caso las evidencias, y decidiendo sobre los mejores derechos.
Algunas reflexiones filosóficas acerca de las medidas liberales
Concepciones del mundo y de la vida
En el estatismo, las autoridades políticas se autoasignan la atribución de decidir por las personas los fines y objetivos a perseguir en la vida, y los resultados que logran, y hasta las actividades dirigidas a producirlos, y sus motivos. En el liberalismo, somos las personas individuales quienes tomamos esas decisiones en función de nuestros valores y juicios sobre lo que es bueno o malo, regular, mejor o peor. Por eso los Gobiernos liberales se desentienden de los resultados y actividades, excepto para vigilar que no se cometan infracciones o transgresiones muy elementales: violencia o fraude. En este sentido los Gobiernos son sólo árbitros de faltas, no jugadores.
En el estatismo en cambio, se considera que los Gobiernos tienen facultades para decidir qué bienes o servicios han de producirse con preferencia a otros -o comerciarse, importarse y exportarse-, a qué costos y qué precios. Y cuál educación o pedagogía vaya a aplicarse o no; y los tratamientos médicos y sicológicos que la población requiere; los programas de TV o películas que es o no conveniente que vean los adolescentes y jóvenes -incluso su conducta sexual-; ¡y hasta la edad apropiada para que las personas se jubilen! Y hay más: Gobiernos como el de China deciden desde el número de empleados que un comercio o una finca agropecuaria puede contratar, y de hijos que las parejas pueden procrear o adoptar. Bajo el estatismo es más fácil divorciarse unilateralmente de un cónyugue que despedir a un empleado o a un inquilino. Y por la vía de la eutanasia que llaman “muerte asistida”, las autoridades pretenden decidir hasta cuando podemos vivir. En estas y muchas otras materias los Gobiernos estatistas nos imponen sus opciones y opiniones, a veces por la fuerza desnuda o la coacción, y otras veces mediante una propaganda abusiva, lindante con la intimidación o presión psicológica.
¡Todo ello implica elecciones en materia de valores!
En un régimen liberal, el Gobierno es neutral y prescindente en actividades económicas, y entre las distintas concepciones del mundo y de la vida. Es decir: un Gobierno limitado carece de poder para favorecer los intereses de los agricultores en detrimento de los industriales y comerciantes o banqueros, y viceversa. De igual modo, tampoco puede otorgar privilegios especiales a los católicos en desmedro de los evangélicos, musulmanes, ateos, agnósticos o indiferentes, y viceversa. En otras palabras: creencias diferentes pueden coexistir pacíficamente, así como distintos oficios y ocupaciones, si un Estado neutro a todos trata por igual. No de otro modo. Por esta razón los tres pilares son los principios básicos del liberalismo. ¿El resto? Aplicaciones. Los tres pilares son los únicos principios de convivencia social compatibles con diferentes conceptos y estilos de la vida. Veámoslo más detenidamente.
Opciones y estilos de vida e intereses
El registro histórico más completo y antiguo de un sistema liberal está en la Biblia: Deuteronomio 17:14-20; 1 Samuel 8; y varias decenas de episodios y pasajes concordantes, tanto de las Escrituras Hebreas como de las Griegas. El sistema de Gobierno limitado tiene también otras raíces históricas, especialmente en Grecia clásica (el filósofo Aristóteles) y en Roma republicana, pero sin duda la Biblia es la más antigua. El libro bíblico de los Jueces muestra un tipo liberal de Gobierno. ¿Por qué? Porque era el único posible en una nación que era más bien una confederación de 12 tribus diferentes, cada cual con su propia cultura, intereses e idiosincracia. Posteriormente la monarquía israelita hizo negación y dejación de los principios de Gobierno limitado, y se transmutó en un Reino absolutista similar a cualquiera de sus vecinos, Egipto o Babilonia. La Biblia muestra que ese fue el comienzo de las desgracias y calamidades sin cuenta para el pueblo de Israel.
En tanto enseña sobre política, el Antiguo Testamento favorece clara, explícita y consistentemente el Gobierno limitado; y el Nuevo confirma esta enseñanza. Abundantes capítulos y pasajes bíblicos tratan sobre asuntos de Economía política; y todos abonan la idea de mercados libres con Gobierno limitado. Es lo que desde antiguo se conoce como “Consejo de Dios a las Naciones”, cuya versión secular el mundo comenzó a llamar “liberalismo” en el siglo XIX.
Por eso lo torcido y arbitrario de las pretensiones interpretativas de las izquierdas, cristianas o no. Y por ello la influencia genuinamente bíblica en la cultura ha sido liberal, y determinante para el liberalismo. Así lo verificó el historiador francés Fustel de Coulanges en “La ciudad antigua”. Y el sociólogo alemán Max Weber en “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”. Y también el escritor católico Michael Novak en “La ética católica y el espíritu del capitalismo”. Novak sigue los pasos de Alejandro Chafuén en “Ética y Economía” -libro que en inglés se titula “Cristianos por la libertad”-, donde se recopilan antecedentes católicos del libremercadismo, entre los cuales destacan San Bernardino de Siena y San Antonino de Florencia, del santoral de la Iglesia Católica. Históricamente hablando, todos los cristianos (católicos, ortodoxos, protestantes o evangélicos) heredamos de los judíos el concepto de Gobierno limitado, y lo pasamos a los musulmanes, aunque naciones identificadas con estas creencias no siempre lo han practicado fielmente.
Neutralidad y prescindencia del Gobierno
También es verdad que judíos, cristianos -católicos o no-, musulmanes, agnósticos, ateos y devotos de otras religiones, deben convivir en sociedad pese a sus diferentes creencias. Y pueden convivir. Pero ¡sólo si se ponen de acuerdo en tres puntos, muy concretos, que son precisamente los tres pilares del liberalismo: Gobiernos limitados, mercados libres, e instituciones privadas separadas del Estado. Y lo mismo pasa con los intereses especiales, las piezas del tremendo rompecabezas que las complejas sociedades modernas plantean al estatismo, y ante el cual los estatistas no tienen solución: en cuanto dan acomodo al interés X, se les desacomoda el interés Z. Por eso la vida política bajo el estatismo es incurablemente conflictiva, amarga, tormentosa y miserable: han transformado al Estado en una maquinaria de dar o negar privilegios y tratos de favor a los intereses especiales. Es un “juego de suma cero”; lo que unos ganan en el reparto y la carrera de poder, amistades e influencias, otros lo pierden.
Es básico para toda sociedad buscar algún tipo de acuerdo para evitar los favoritismos entre sectores, grupos de creencias afines, tribus o aldeas, regiones, intereses, etc., si quiere coexistencia en paz.
— Pero un acuerdo social debe ser un acuerdo mínimo sobre unas pocos premisas generales, no puede ser un larguísimo acuerdo sobre una extensa y detallada lista de asuntos. Ese es precisamente el tipo de “Acuerdo nacional” o “Pacto social”, voluminoso y kilométrico, que los políticos estatistas siempre pretenden; y la prensa diaria nos informa de lo irrealista de su pretensión.
— Y hay un único tipo de acuerdo posible para evitar que un Gobierno pueda favorecer a unos sectores en desmedro de otros: que Gobierno e instituciones estatales sean neutrales y prescindentes en asuntos vitales, económicos y de otra índole, donde hay o pueda haber disparidad. Asuntos como por ej. trabajo, comercio, empresas, previsión para el futuro, etc.; pero asimismo matrimonio y familia, educación, religión e iglesias, asociaciones voluntarias. Estas materias deben mantenerse privadas. Sólo así los magistrados gubernativos NO podrán favorecer a los agricultores en desmedro de los comerciantes, a los importadores en perjuicio de los exportadores, o dar ventajas a los casados contra los solteros -o viceversa en todos los casos-, o a los de una tribu o aldea en especial, o a los adeptos a un particular estilo de vida. Es decir: que los Gobiernos sean limitados, para que no discriminen; que no hagan “acepción de personas”, como dice la Biblia. Así de esta manera, diversos credos pueden coexistir, aún difiriendo en otros tópicos, como si hay Dios o no, o si el mundo ha sido creado o procede por evolución, etc.; y sean en su vida particular hedonistas, estoicos, ascéticos, conformistas o lo que sean. Y lo mismo aplica con los intereses económicos. El tipo de Gobierno que hizo posible la convivencia de las 12 tribus israelitas, la posibilita en una sociedad compleja actual; no hay otro.
¡Por favor: no crea que la tecnología ha cambiado un ápice este problema, para el cual no hay solución tecnológica, porque no es un problema tecnológico. Tampoco hay solución económica, porque no es un problema económico. Es un problema político. Y la solución de un problema es de su misma naturaleza, salvo excepciones.
Digamos que la solución es así:
a) Distintos grupos no podrían coincidir en otros puntos, dadas sus naturales diferencias.
b) Y deben coincidir en ellos, porque si se le atribuye al Estado el poder de intervenir en asuntos privados, favoreciendo a un sector o a otro, la convivencia social sería imposible o extremadamente conflictiva.
Por eso el liberal es el único sistema o régimen gubernativo posible, en una sociedad justa y armoniosa. Como convivieron por más de 800 años los judíos, cristianos y musulmanes en la España medieval, entre los siglos VIII y XV. Por cierto, en esta “España de las tres culturas” hubo un gran florecimiento científico, cultural y económico. Y el fin de las reglas liberales fue el fin de la convivencia pacífica en España. Análogos son los casos de las Provincias Unidas (Holanda), los cantones suizos, las 13 Colonias de los EEUU. Por cierto: el liberalismo siempre ha ido de la mano con el federalismo, o el respeto a las esferas autonómicas de los Gobiernos locales, los cuales también deben ser limitados.
Un contraejemplo: ¿por qué los países más pobres -y violentos- del mundo son los africanos? Respuesta: por ser los menos liberales. Cada tanto la prensa informa de feroces y sangrientas luchas tribales, por lo cual no son de extrañar las hambrunas y pestilencias. ¿Cuál es la causa de tanto encono? No es la etnicidad, no es el clima, no es el tribalismo; es el estatismo. En África el Estado no está separado de la vida privada, y por ello, sus medios naturalmente compulsivos pueden ser empleados por determinadas tribus y clanes para dar o negar favores y privilegios, o para imponer unos puntos de vista -económicos o ideológicos- en desmedro de otros. Es obvio que los discriminados negativamente por la fuerza y la coacción, reaccionan también con la violencia. Las tribus africanas no se comportan como las antiguas tribus israelitas. Y no es por la raza, sino por el sistema de Gobierno.
Filosofía realista
¿Hasta qué punto el liberalismo es compatible con cualquiera concepción del mundo y de la vida?
Muchas Filosofías son compatibles con el liberalismo, mas no todas. La limitación es el sustrato realista del liberalismo, y racional: las realidades -y eso incluye a los Gobiernos, las empresas, los mercados, etc.-, tienen una naturaleza y un carácter propios; los cuales son accesibles al conocimiento -son racionales, comprensibles-; y constituyen un orden que debe ser respetado, si se desea que cumplan sus funciones y alcancesn sus fines. El lberalismo implica una filosofía de respeto a las leyes naturales de las realidades, incluyendo las económicas y políticas, que como todas, tienen estructuras y límites propios.
El liberalismo no es compatible con filosofías que endilgan a los Gobiernos funciones impropias -producción de bienes y servicios, educación, medicina, previsión, orientación a la juventud, etc.-, sin límite, asumiendo que puede cumplirlas a voluntad. O que suponen que la economía responde dócilmente a las intenciones y designios declarados de las intervenciones estatales. La realidad no es totalmente maleable ni moldeable al capricho del hombre, como si fuese barro o arcilla. En este sentido, la visión “creacionista” de la Biblia es ampliamente compatible con el realismo liberal; y de hecho durante toda la Edad Media los maestros bíblicos de tres religiones (judía, cristiana e islámica), enseñaron que la razón humana nos da una primera revelación “natural” de Dios -mediante la realidad creada-, siendo la Escritura una “segunda revelación”, complementaria de la primera. Esta doctrina de las dos revelaciones dio gran impulso a la especulación intelectual y a la investigación científica.
La filosofía realista entiende las realidades como dotadas de estructura y rasgos propios: lo sustancial y lo accidental, el modo de ser en acto y en potencia, la materia y la forma, las causas y los efectos, los medios y los fines. El contenido y los límites. Antiguamente estas características se llamaban “categorías“, propiedades o predicados del ser, y durante la Edad Media, la Filosofía escolástica las consideraba vías de acceso al conocimiento de la realidad de las cosas. “Escolástica” aplica a la Filosofía cristiana medieval, pero también al pensamiento judío y musulmán de esa época; y las tres vertientes combinaron filosofía aristotélica con la igualmente realista visión del mundo y de la vida contenida en sus Escrituras Sagradas. Pero andando el tiempo, esta filosofía fue progresiva e injustamente desacreditada, sobre todo a partir de Descartes, y ha ido perdiendo influencia en Occidente. Dicha mengua es una de las causas de la pérdida de vigencia del liberalismo en el pasado. Faltaron a las gentes de pensamiento claras referencias para orientar al público en materias de Gobierno y Economía política. Si a ello añadimos que la Biblia fue interpretada cada vez más alegóricamente o dejó de leerse, tenemos un par de explicaciones muy poderosas para entender el abandono de la doctrina liberal. El progreso material y tecnológico no se detuvo en Occidente porque muchos postulados liberales como el de libertad de empresa se siguieron practicando casi por hábito -hasta la Primera Guerra mundial-, aún olvidada la Filosofía general que les prestaba fundamento. Pero ya entrado el siglo XX, también estos hábitos fueron difamados y abandonados. Y fuera de Occidente, las naciones accedieron muy parcialmente y de prestado a algunos de los frutos del progreso material, desconociendo en absoluto tanto los postulados liberales como la Filosofìa realista.
El realismo marca límites al rango de filosofías compatibles con el liberalismo. Por esta razón no congenia con filosofías idealistas, racionalistas extremas o irracionalistas, en sus versiones académicas o populares. Es el caso por ej. del Posmodernismo, que relativiza y descalifica cualquier “relato” o discurso racional como el marxismo, pero también el liberalismo. Y asimismo la filosofía irrealista que subyace en cierta literatura muy popular de “autoayuda”, la cual confiere a la mente poderes mágicos, capaces de convertir en realidad cualquier cosa que uno imagine y desee con suficiente fervor. ¡Eso no es realista! El liberalismo sí se lleva bien en cambio con la filosofía realista implicada en las tres grandes religiones monoteístas, o en sistemas de pensamiento de raigambre aristotélica. Y la prueba en favor de la verdad del realismo es que judíos, cristianos y musulmanes han prosperado cuando han sido consecuentes con esta filosofía, y con el concepto de Gobierno limitado que ella encierra.
Desde luego que la Biblia no contradice para nada el uso de la razón, sino todo lo contrario, pese a lo que creen -en extraña coincidencia- tanto los ateos racionalistas más recalcitrantes, como muchos de los creyentes más devotos pero mal enseñados. Pero seguiremos más adelante con los fundamentos filosóficos. Para avanzar es preciso alternar temas económicos y no económicos -jurídicos, políticos, filosóficos, etc.-, íntimamente relacionados, que deben tratarse en paralelo para ser mejor comprendidos.
¿Hay un Marx del pensamiento liberal?
Según Marx y Engels, el comunismo combina Economía clásica inglesa, socialismo francés y filosofía idealista alemana. Análogamente, el Liberalismo clásico combina Escuela austríaca de Economía, Escuela del Derecho natural, y Filosofía realista, todo ello en una doctrina política, cuyo expositor más brillante ha sido el francés Frederic Bastiat (siglo XIX), por cierto un convencido cristiano.
En su opúsculo “La Ley”, Bastiat -tal vez el Marx del liberalismo clásico-, presentó un resumen de sus más importantes lecciones. Se centró en el concepto de que la Ley puede ser un instrumento civilizatorio y palanca del bienestar; o convertirse en un arma de saqueo, el “saqueo legalizado”. Afirmó que el Estado se convierte en “la ficción mediante la cual todos pretenden vivir a costa de los demás.” De este modo se pierde el respeto a todas las leyes, incluso las buenas. Por la misma época, los ingleses Cobden y Bright impulsaron en su país la Liga por la derogación de las Leyes de Granos, a fin de permitir la importación de comida barata desde el continente europeo.
— La Escuela austríaca (Mises, Hayek) enseña el aspecto económico del liberalismo clásico, destacando el papel de los mercados libres y la empresarialidad en la coordinación espontánea de factores productivos, y de la propiedad privada en la formación de los precios, dentro de un orden natural de la Economía. Otro opúsculo de Bastiat se titula precisamente “Armonías económicas”, y destaca el orden natural de la Economía. “París come!”, escribe Bastiat, sin que los Gobiernos lo ordenen a los agricultores, transportistas, puesteros de los mercados, propietarios de restaurantes y tantos otros que intervienen anónima y espontáneamente en la cadena productiva. Los legisladores no pueden mejorar por Ley los procesos naturales; pero en el intento sí pueden perturbarlos. El liberalismo clásico no se confunde con la Economía clásica inglesa (Adam Smith, David Ricardo, ambos Mill), la cual se distingue netamente de la Escuela austríaca. La primera desconfía del mercado, y se orienta hacia las intervenciones estatales. La segunda procede de la Fisiocracia francesa -y ésta a su vez de la Escuela española de Salamanca-, y por eso a veces se llama “continental” (europea) a esta línea, más apegada a los mercados. En esto las vertientes anglosajonas se oponen a las continentales. Los clásicos y neoclásicos (Alfred Marshall) anglosajones son los ancestros comunes al keynesianismo y al monetarismo “neoliberal” de la Escuela de Chicago (Milton Friedman), que resultan así como primos hermanos.
— La Doctrina iusnaturalista enseña un concepto de Derecho natural, y que la Legislación debe cuidarse de no violentarlo. Se opone al positivismo jurídico (Kelsen), para el cual no hay más Derecho que el positivo o sancionado por el Estado.
— Y la Filosofía realista enseña que las realidades tienen una naturaleza propia, tan específica como las operaciones que les son posibles, ordenadas al cumplimiento de las funciones requeridas para el logro de sus fines.
¿Qué es estatismo?
Lo contrario a liberalismo:
— En lo político: Gobiernos sin límites, desbordado en funciones, en poderes y en recursos;
— en lo económico: mercados reprimidos y monopólicos, cerrados y cautivos, empobrecidos;
— en lo social: instituciones privadas aunadas y sometidas al Estado, dependientes del poder.
El estatismo se opone diametralmente al liberalismo: los Gobiernos son libérrimos, sin límites; e imponen límites a los mercados e instituciones privadas, cercenando sus facultades, capacidades y recursos. En resumen: Gobiernos libres y mercados limitados.
En el estatismo el Gobierno dirige a toda la sociedad. En el liberalismo, el Gobierno lo es del Estado más que de la sociedad; porque las grandes sociedades humanas no requieren “Gobierno” que las oriente, dirija, supervise y controle, como lo necesitan por ej. las empresas y familias. Se abusa de la analogía cuando el estatismo dice “un país es una gran empresa, y como tal debe ser gerenciado”, asumiendo que una nación necesita unidad de comando, que dirija las actividades y oriente los recursos hacia los cultivos agrícolas, la cría de ganado, el comercio o la industria, la banca o las exportaciones. Este erróneo enunciado forma parte de cierta retórica “globalizadora” que sólo aparentemente es liberal. Así dice por ej. que “las naciones exportan” (o importan), y no es cierto, exportan las empresas (e importan). Asimismo, “las naciones compiten”, y tampoco es cierto, compiten las empresas. Otro abuso de la analogía es decir que una nación es “como una gran familia.” Eso también es falso. Y es más peligroso, porque da entrada al paternalismo (o maternalismo) de los Gobiernos adoctrinadores. Que se comportan como padres de familia o mentores que nos orientan, y nos transmiten valores (¿cuáles?); ello es típico del Estado totalitario. Un Estado liberal no está para dar órdenes a las empresas y agentes económicos, ni para transmitir valores.
Los estatistas acostumbran a los abusos de la analogía. Se abusa de una analogía cuando pretende extraerse de ella conclusiones no autorizadas, que van más allá de las semejanzas entre el concepto analogado y su referencia. Debe saberse que hay tres modos de razonamiento: deductivo, inductivo y analógico; y de ellos el tercero es el más imperfecto, y por ello cabe emplearse sólo por vía de excepción. Una de las causas del progresivo abandono del liberalismo es la inclinación a no pensar correctamente. Por pereza intelectual, la gente quiere más ejemplos que conceptos; pero muchos “ejemplos” pueden encubrir usos abusivos de la analogía, u otro tipo de falacias o razonamientos defectuosos e incorrectos.
¡BUENAS NOTICIAS! El estatismo se apoya en un discurso insostenible, totalmente plagado de falacias; y es fácilmente rebatible con argumentos lógicos y evidencias concluyentes. Un ejemplo muy ilustrativo: el estatismo le encomienda siempre al Estado el encargo de ocuparse de aquello que se considera “muy importante”. Así los estatistas le encargan a los Gobiernos la “promoción” del deporte, la ciencia, las bellas artes, la cría de pollos, o la educación de la juventud, ¡porque es “muy importante”! Y puede serlo, pero, ¿quién decide? Y más grave aún, de la importancia de una actividad no se sigue necesariamente que deba asumirla el Estado. Esta es una falacia del tipo “non sequitur”: no se sigue la conclusión. Para demostrar el error de una falacia, bueno es seguir el razonamiento equivocado hasta el ridículo; esto se llama “reducción al absurdo”. En este ejemplo, ¿qué hay más importante que el amor? Sin embargo, a pocos estatistas se les ha ocurrido encargarlo al Estado, y establecer ¡un “Ministerio del Amor”! Ud. no lo divulgue mucho por favor, no sea que les demos malas ideas a los estatistas …
¿Por qué necesitamos Estado?
Sólo porque muchos individuos no respetan la vida, libertad y propiedades de los demás excepto sean obligados por la fuerza. Para los tales criminales desadaptados -malhechores o antisociales- se requiere un aparato coercitivo, con suficientes policías y jueces; pero no para honestos comerciantes, trabajadores, profesionales, industriales, taxistas, amas de casa o banqueros. En sus más apretadas y resumidas cuentas, el liberalismo enuncia una verdad obvia, primitiva y simple: no son los buenos sino los malos quienes necesitan la vara del Gobierno. De no haber antisociales, no requeriríamos Estado. ¡Todos podríamos gozar de los beneficios de una sociedad anarquista, sin impuestos ni leyes! De hecho no requerimos Estado las personas respetuosas para nosotros, sino para quienes no respetan. Hoy la situación se ha invertido: como los criminales andan sueltos por la calle, entonces todos los demás tenemos que vivir entre rejas y puertas de seguridad.
El olvido por largo tiempo de estas simples y elementales verdades -que en otras épocas constituían certidumbre tan sólidas como para considerarse lugares comunes- ha causado todos nuestros presentes problemas.
Cómo se justifica la privatización
¿Por qué deben privatizarse las empresas estatales?
El liberalismo va siempre de la mano con argumentos lógicos; y se pierde cuando los abandona. Una vez entendidos y admitidos sus principios, lo demás son consecuencias en su mayor parte. Un ejemplo tenemos en la privatización, recomendación consecuente son sus principios. La privatización de las empresas estatales es aconsejable no porque den pérdidas, sino porque el Estado no está para producir ganancias. En otras palabras: no existe para ser propietario o administrador de empresas, sea que den pérdidas o rindan beneficios. Además las empresas estatales siempre rinden beneficios, la cuestión es cuáles (económicos o políticos), a quiénes (al menos a sus administradores y gerentes) y de qué modo (compatible o no con reglas de justicia). Por otra parte, a los Gobiernos les es fácil “ayudar” a las empresas estatales para que aparezcan en los libros contables y registros estadísticos como produciendo ganancias. Y los estatistas también pueden usar inversamente el argumento de las pérdidas: si el Estado existe para producir ganancias, pues correspondería ¡estatizar todas las empresas privadas rentables!
Lo peor y más dañino de las privatizaciones en los ’90 fueron los pésimos argumentos, que sin embargo han permanecido en el ambiente. Se adujeron las pérdidas de las empresas estatales como razón suficiente. Como todos creen que “un país es una gran empresa”, el público acusa a los Gobiernos privatizadores como malos administradores, que venden activos “de todos nosotros, el pueblo”, en lugar de simplemente renunciar a sus puestos y dar paso a buenos administradores. ¡Los Gobiernos privatizadores fracasaron miserablemente a la hora de defenderse, además de privatizar mal!
No se ha explicado al público la justificación y fundamento de las privatizaciones a la luz del concepto liberal del Estado: corresponde vender las empresas estatales porque un país NO es una empresa, y el Estado no está para hacer negocios, ni malos ni buenos. Tampoco se ha dicho que las empresas estatales no pueden ser vendidas a precios mayores que los de mercado, y éstos no pueden ser muy altos, dada su pobre y comprometida situación: deudas, problemas sindicales, equipos obsoletos, clientes y proveedores favorecidos con privilegios abusivos, etc. Y en los ’90, más que privatizar empresas, se privatizaron monopolios, a fin de cobrar unos precios astronómicos -muy por encima de los reales valores de mercado-, y seguir engordando al gigantesco Estado desbordado. Pero nada de esto es extraño. ¿Cómo van a saber privatizar liberalmente unos Gobiernos que no son liberales?
El concepto fundamental: lo que es “de todos” no es de nadie. Un bien colectivo es presa fácil del abuso irracional de cualquier aprovechador, que lo usa y explota en su beneficio exclusivo e inmediato, sin miramientos por el futuro, puesto que no tiene interés ni incentivo alguno en su conservación. Y peor aún si está cubierto y amparado por el manto de la propiedad estatal y consiguientes ventajas. De allí la ruinosa condición de las empresas estatales. (Este argumento liberal vale también para los problemas ambientales, cuya solución radica en profundizar y ampliar los derechos de propiedad privada sobre los recursos productivos, incluyendo los naturales.)
Causas y consecuencias del estatismo
¿Por qué se extralimita y desborda el Estado?
Los Gobiernos se salen de sus límites al pretender cumplir funciones que no son las suyas: producir bienes y servicios económicos y financieros -o bien promover y/o regular su producción-, educar y curar, sostener el arte, la cultura, la ciencia, el deporte, etc. Los Gobiernos no pueden cumplir estas funciones; y lo peor es que impide a mercados e instituciones privadas cumplirlas por sus medios voluntarios. Y que incumplen también sus tres funciones propias estatales.
El Estado es un mandatario de la sociedad para cumplir ciertas funciones. Pero cualquier mandatario puede extralimitarse, y tomarse atribuciones que no le corresponden. El filósofo estadounidense Robert Nozick escribió un libro titulado “Anarquía, Estado y Utopía”. Lo dividió en dos partes, de igual número de páginas aproximadamente. La primera parte justifica la necesidad del Estado; y refuta al anarquismo. La segunda parte justifica la necesidad de mantenerlo limitado; y refuta al estatismo
¿No se requiere un Gobierno fuerte? ¿Poderoso?
Fuerte en sus propias funciones, e investido de los poderes suficientes que son necesarios para cumplirlas. Un Gobierno limitado ha de ejercer fuerza en el cumplimiento de sus funciones propias y no más allá. “Limitado” no equivale a débil; todo lo contrario: Gobiernos que mucho pretenden abarcar, poco aprietan.
¿Cuáles son las consecuencias del estatismo?
Que el Estado no puede cumplir las funciones impropias usurpadas a los particulares, y tampoco cumple las propias:
— Las tres funciones propias del Estado quedan sin cumplir por los Gobiernos estatistas. Por eso la criminalidad impera en nuestras calles, y en nuestros campos y fronteras, y la injusticia en nuestros tribunales. Y no hay carreteras suficientes.
— Para cumplir el cúmulo interminable de funciones impropias que se atribuye, las intervenciones en la economía y los altos impuestos son supuestamente necesarios. Como consecuencia, la actividad económica privada es poca, y poco productiva. La educación es pobre y la salud mengua. Y los ingresos son bajos y hay desempleo, informalidad y pobreza.
Para colmo, cuando el poder se concentra, no hay freno para la tendencia a los abusos de toda clase, como la corrupción. Fue un destacado liberal católico inglés, Lord Acton, quien escribió aquella frase tan conocida y citada: “Todo poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente.” Sobre la misma idea, otro liberal católico inglés -J.R. Tolkien- escribió la famosa trilogía “El Señor de los Anillos”. El poder estatista es absoluto precisamente porque no reconoce límite. Concentración de poder y corrupción traen conflictos e inestabilidad. No son estas desviaciones accidentales; son elementos consustanciales e inevitables, secuelas naturales del estatismo, porque están en su naturaleza. No deberían extrañar. Y el problema no es que los Ministros y congresistas “ganan mucho”, sino que nosotros los particulares ganamos poco, y nos descapitalizamos y depauperamos como consecuencia del estatismo.
El estatismo oprime y empobrece. Y sus pésimos y duraderos efectos no se limitan a la política y la economía; también tiene efectos de orden moral e intelectual, y hasta de salud.
— Cautiva con sus promesas falsas, y nos hace mentalmente dependientes y adictos al Estado. Así socava la responsabilidad personal -base de la moral-, y nos desmoraliza y envilece. Nos convierte a todos en mendigos.
— Pero también nos degrada intelectualmente, por la pereza mental a la que induce, asumiendo que en los Gobiernos está la solución y el remedio, y asimismo el sustento y la previsión: “el Estado piensa y se preocupa por ti y tu futuro, y el de tu familia y empresa; así que no necesitas pensar.” Nos convierte a todos en seres mentalmente descuidados, incapaces de pensar racionalmente y con rigor, única forma de afrontar los naturales problemas de la vida. Por eso el estatismo enreda y confunde, y termina embruteciendo a las personas.
— Y enferma, ya que con semejantes niveles de pobreza es muy difícil pagar por atención médica privada, que es la que cuenta al fin y al cabo.
La gente padece los deplorables resultados del estatismo, pero sin embargo ignora la causa … ¡o la atribuye al capitalismo!! Los políticos estatistas deberían hacer sus campañas electorales con una etiqueta así: “Advertencia, se ha determinado que el estatismo causa daños a su economía, a su sentido moral, a su capacidad de pensar y a su salud física.”
¿El liberalismo no es una solución muy simplista?
Demasiada gente repite que “el problema es muy complejo”, y “no hay soluciones simplistas”; pero, ¡Ud. no se deje intimidar por los universitarios! Es cierto que los problemas son muchos, de diversa naturaleza, y algunos de cierta complejidad, por la presencia de múltiples factores no homogéneos. Pero la solución ES simple: ¡devolver al Estado a su lugar!
Muchas veces, graves problemas se crean por el olvido de ciertos aparentes detalles. El mal comportamiento de la economía peruana no se debe a problema económico alguno sino político, el estatismo: Estado gravemente inflado y fuera de lugar. La solución es en esencia simple, aunque percibirla no es al principio fácil: acabar con el estatismo, mediante una operación política que devuelva al Estado a su lugar -¡el detalle!-, y le reduzca a dimensiones proporcionadas a sus verdaderas funciones. No sin antes comprender la naturaleza y los fines del Estado.
Mercantilismo, socialismo, y “terceras vías”
Son distintas formas de estatismo. Tradicionalmente -antes del “neoliberalismo”-, el estatismo ha sido:
— Mercantilista si opera en beneficio exclusivo de los ricos -tradicionales o nuevos-, mediante restricciones a la libre competencia, en detrimento de los demás.
— Socialista si aprovecha a otros grupos -políticos, sindicales-, que dicen ayudar a los pobres. Pero no hay ningún caso de socialismo que haya ayudado realmente a los pobres; por eso es francamente asombroso que mucha gente ingenua aún siga manteniendo tercamente la creencia de que ese es el verdadero objeto o finalidad del socialismo, y que sus formas concretas son sólo “perversiones” o distorsiones. Y que siga pensando que las izquierdas que no ayudan a los pobres “no lo son verdaderamente”, y que “traicionan sus ideales”. ¿Qué ideales? No todos los “ideales” declarados constituyen una guía sabia y conveniente. En temas políticos, tenga Ud. en cuenta esto: casi nada es lo que parece, y casi todo parece distinto a lo que es. El socialismo es sólo una coartada para el afán de poder, para enseñorearse sobre los demás, y vivir improductivamente a costa de los impuestos. ¿Son esos acaso “ideales”?
Respectivamente, mercantilismo y socialismo se definen también como “capitalismo oligopólico” y “capitalismo de Estado”. Una economía siempre es “capitalista”, porque hay capital: no toda la producción se destina al consumo inmediato, un excedente se ahorra, para ser invertido en producir bienes que sirven para producir otros bienes, por ej. maquinaria, equipos, plantas e instalaciones, edificios de oficinas. En este sentido, en toda economía la producción es indirecta. Esos bienes de segundo orden -bienes instrumentales o productivos- se llaman “de capital”. Por eso en toda sociedad hay capital -mucho o poco-, que puede ser propiedad del Estado o de los particulares. Pero en el segundo caso, el acceso a los mercados -y por tanto las oportunidades de formar capital- puede estar más o menos restringido por el poder, como es en el mercantilismo, o haber libre competencia, como es en el capitalismo liberal. Así como en política la democracia puede no ser liberal, también en economía hay un capitalismo no liberal, que es el mercantilismo. Y un capitalismo de Estado, antiliberal también, que es el socialismo.
Advertencia: se ha comprobado que la democracia ilimitada o iliberal tiende al estatismo. Que será mercantilista o socialista según los grupos o sectores que emplean la fuerza del Estado en su exclusivo provecho y beneficio. En una democracia no liberal, los empresarios mercantilistas obtienen subsidios y/o protecciones contra la competencia; y los agitadores socialistas, controles de precios y/o leyes salariales y obreras.
¿Y la “tercera vía”? ¿Y los sistemas mixtos? ¿Y el socialismo democrático?
Es lo que tenemos, y siempre hemos tenido, con uno u otro sello o marbete: estatismo en dosis no demasiado fuertes. Las tendencias moderadas o democráticas son para muchos “el mal menor”. Pero el problema es que todo estatismo fracasa, aún en dosis moderadas. Y ante cada fracaso, las versiones moderadas son sustituidas -a veces con violencia-, por otras menos moderadas y más radicales, cuando la gente confunde la enfermedad con el remedio, y quiere “soluciones más drásticas”. Así se han arruinado muchos países que conocieron tiempos mejores, como Argentina y Venezuela.
En 1927 Mises publicó un libro definitorio sobre este tema, titulado “Liberalismo”. En 1944 Hayek siguió sus pasos, y publicó una obra profética, titulada precisamente “El camino de la servidumbre”, describiendo cómo las naciones se despeñan gradualmente por la senda de la planificación y control estatales de la economía, y enseguida de la sociedad y todos los aspectos de la vida. Para la inmensa mayoría de las personas, el proceso pasa inadvertido: sólo unos pocos en millones son concientes de su ocurrencia. El de la servidumbre es un camino cuesta abajo, inercial. Significa que desandarlo se hace cuesta arriba. Hayek hizo también una comparación en base a un proverbio chino: “Tan fácil como hacer sopa de pescado, es difícil deshacer la sopa y rehacer el pescado.” Es fácil recorrer el camino del estatismo; lo difícil es desandarlo.
“¡Hechos, no doctrinas!”
Mucha gente también quiere “hechos, no palabras”, con lo cual se impide reflexionar; y pide “medidas concretas” a Gobiernos estatistas, con lo cual serán medidas estatistas. Una frase muy sabia -citada por el ex Presidente de Costa Rica Oscar Arias- dice que “alguien tiene que decirle al pueblo lo que debe saber, y no lo que quiere escuchar”. El pueblo debe informarse debidamente antes de opinar.
Para encontrar la salida, todos debemos investigar y documentarnos. Este libro trata de hacerlo más fácil para Ud., pero de todos modos, si Ud. es de los que padecen logofobia (aversión a las ideas y conceptos) más vale que no siga leyendo …